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Mi ética de la Tierra


Por: Isidro de Haro Nolasco
Edad: 17 años
Escuela: Instituto Mar de Cortés
Lugar: La Paz, Baja California Sur, México
Lugar donde se escribió el texto: Grand Teton National Park, WY, USA

“A todos mis amigos de Teton Science Schools (TSS), han cambiado mi vida, espero ocupar un lugar en sus corazones del mismo modo que ustedes se encuentran en el mío”.

Un día, salí de los cuatro muros que me encerraban y dejé que el viento guiara mi camino, volé kilómetros y kilómetros y caminé unos cuantos más cargando una gran mochila en mi espalda pero también grandes esperanzas. Pasé por campos llenos de pasto y pinos, entre arbustos y ramales.

Escuché un riachuelo, pero sonaba diferente a otros, este tenía cierto tono oscuro de tristeza y melancolía. Me acerqué, me deshice del calzado, me senté en una piedra y puse mis pies dentro del agua. Me pregunté a mi mismo, ¿Por qué el riachuelo llora aún estando rodeado de flores coloridas como si fuesen sacadas de un cuento de hadas y un sol tan brillante que parece estarte sonriendo? ¿Por qué lloras cuando tienes la voluntad y el poder de llevar con tu corriente todo dolor y cruz? ¿Por qué?.

Después solo observé y observé, las horas pasaron. Me encontraba hipnotizado. Pensé ¿Por qué los humanos no somos un poco más parecidos a los riachuelos? Si este último sigue su camino aún cuando las piedras tratan de bloquear su flujo ¿Por qué los humanos hacemos todo un drama cuando un pequeño problema impacta nuestras vidas? ¿Por qué me siento decaído cuando hay un día perfecto a mí alrededor? ¿Por qué debería quedarme callado cuando las aves cantan todo el día? ¿Es acaso la tristeza un evento del hombre para hacer que nuestras banalidades nos hagan lucir un poco más interesantes? Un pájaro se posó en una roca que yacía dentro del agua. Lo miraba con interés, de repente me dirige la mirada, por un segundo sostuvimos la vista, sus ojos eran oscuros como la noche sin estrellas y desinteresados. Voló. Me recordó el flujo del riachuelo y me di cuenta que el ave que surca los cielos y el recorrido suave del agua en el riachuelo  comparten la misma libertad. Pero, ¿Qué tenían ellos que yo no? ¿Qué es lo que los hacía más felices que yo? ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Acaso soy yo la razón de mi infelicidad? Como una revelación comprendí, que el sonido del rio no era triste, yo era el que se sentía impotente y aborrecido, día tras día cuando veía grandes maravillas como esta arruinadas por fábricas y desperdicio humano, las malas noticias por la mañana que provocan no querer salir de casa y a la gente egoísta que nove más allá de sus propias narices.


Estas pequeñas cosas contradicen mis creencias, sin duda como humanos nos es imposible vivir sin depender en la naturaleza, pero también sé que algún día quiero ver a mis nietos corriendo por grandes praderas, algún día quiero que me cuenten acerca de las ballenas y algún día quiero que estén interesados en su hogar, la Tierra. Yo en verdad creo, que existe un espíritu de cambio en cada uno de nosotros y lo único que se necesita es que aquellos que están dispuestos a correr el riesgo hablen, fuerte y claro, que todo el mundo los escuche decir: “¡Suficiente de todo esto, es tiempo!” La dura realidad es que somos los hijos malcriados de la naturaleza, venimos a disfrutar este paraíso, el mismo que hoy día nos dedicamos a destruir, pero recuerden, damas y caballeros que en este momento estamos pisando el cielo que tanto añoramos. Mis ojos se abrieron en ese momento, fue una revelación, empecé a ver la grandeza en las pequeñeces. Los árboles me hablaban con una voz calmada y con un gran interés escuchaba sus historias, oír a las aves cantar todos os días y disfrutar sus melodías como una nueva sinfonía, aprendí a respetar al astuto lobo y al poderoso oso, a leer las rocas como libros abiertos y a ver al bosque renacer de sus cenizas después de un gran incendio. Este momento me cambió, dejé de ser un mortal y me convertí en un Dios, capaz de crear y modificar con inteligencia en una mano y un corazón palpitante en la otra.